Es impactante, potente y estremecedor el panorama de las transformaciones que la tecnología impulsa en los sistemas educativos más avanzados y consolidados -las nuevas herramientas, la transformación de programas y de roles, las fusiones y cierres de establecimientos educativos-, para atender las nuevas realidades que plantean esos niños y jóvenes de hoy que, a diferencia de quienes los antecedieron -la Generación X y los millennials- no conocieron el mundo analógico y tienen muy poco interés en el papel, en las clases magistrales y en los antiguos métodos y recursos de enseñanza.
Los profesores perdemos progresivamente el milenario monopolio de ser los portadores de la información y la formación, un recurso que gracias a internet ya está al alcance de cualquiera. La especialización y la diferenciación de los colegios y las universidades avanzan a través de núcleos de conocimiento, nuevas experiencias y posibilidades, procesos participativos de alcance universal o de las flipped classroom, interacción de alumnos y estudiantes para resolver problemas reales en forma práctica.
Llega una educación que identifica y desarrolla las capacidades y talentos de los alumnos desde edades tempranas, que estimula la confianza y la autoestima a través de módulos diseñados para personalizar la formación a partir de las singularidades. Una educación que enfatiza en el aprendizaje continuo -fuente de la proliferación de los cursos online- más flexible y acorde con las necesidades y expectativas de los individuos. Aulas globales e hiperconectadas para buscar conocimientos y soluciones o para promover intercambios con fines pedagógicos. Una educación que considera y valora el espíritu de emprendimiento y que aporta espacios y recursos para que los estudiantes puedan trabajar y desarrollar sus ideas de negocio. Una educación que enseña programación y lenguaje html para diseñar, para crear contenidos y todo lo que ofrece la tecnología.
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